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Potenciando el trabajo como lugar de misión

Joaquín Hernández 08 May 2017

Si cada trabajador pasa 40-50 horas semanales con compañeros, pacientes, alumnos, clientes o proveedores ¡esto supone más de dos mil horas de “influencia cristiana” al año!

Desde Génesis hasta Apocalipsis, vemos a Dios en misión. Él es quien envía a Jesús a buscar al hombre, con el propósito de reconciliar y reunir todas las cosas en él y a nosotros, se nos ha encargado el ministerio de reconciliación. Somos embajadores de Cristo[1] allá donde vamos. De esta misión, se derivan tres aspectos fundamentales que la iglesia está llamada a desarrollar: 1º.- A hacer todo como para el Señor[2]. 2º.- A discipular y a preparar a sus miembros para todo lo que hacen[3]. 3º.- A implicarse e influenciar positivamente a la sociedad en la que se encuentra.[4] Estos tres aspectos, nos hacen entender que el lugar de trabajo es un lugar estratégico para el desarrollo de la misión. En el trabajo es donde más tiempo pasan muchos de los miembros de nuestras comunidades y donde más energía invierten. Posiblemente, es donde con más frecuencia su fe se ve probada, donde más tentaciones, dilemas y presiones enfrentan. Pero también, es donde más relaciones se generan y donde más oportunidades tienen para compartir la fe. Si cada trabajador pasa entre 40 y 50 horas semanales ya sea, con sus compañeros, pacientes, alumnos, clientes o proveedores, esto supone más de dos mil horas de “influencia cristiana” cada año! Para que la iglesia aproveche todo este potencial misionero que ofrece el lugar de trabajo, consideramos esenciales al menos estas tres medidas: 1.- Equipar mejor a los pastores y al conjunto de la iglesia, así como sensibilizar a los centros de enseñanza bíblica, para desarrollar una teología del trabajo, del llamamiento y de la vocación sólida. Ni el trabajo es consecuencia de la caída, ni tampoco es el precio que hay que pagar para poder estar el fin de semana en la iglesia, sino al contrario, nuestros trabajos importan a Dios y son importantes para la misión. Debemos eliminar ese error teológico que nos lleva a considerar que Dios está interesado en una serie de cosas (a las que llamamos sagradas) mientras que en otras no (a las que llamamos seculares). Es imprescindible que lo que hacemos como iglesia conjunta, reunida durante el fin de semana, conecte y se aplique a lo que hacemos cada uno por separado de lunes a viernes. Por lo tanto, debemos pasar de un modelo de iglesia centrado principalmente en lo que se hace cuando estamos todos juntos, basado en en el tiempo libre, a un modelo más integrador, que considere las 24 horas del día los 7 días de la semana. Lo que se busca es que el Señor al que servimos, Jesús, la cabeza de la iglesia, sea el Señor de todo. 2.- Promover el desarrollo de materiales que analicen y reflexionen sobre la realidad laboral en nuestro país. Estos materiales deben tener dos énfasis: el primero, de denuncia hacia situaciones que son insostenibles, como: el desempleo, la precariedad laboral, la corrupción, la falta de ética, la creciente desigualdad, la falta de excelencia y esfuerzo en el desempeño, etc. El segundo énfasis, consistiría en presentar modelos alternativos y positivos de lo que significa vivir como misioneros en el lugar de trabajo: presentar historias reales de aquellos que están produciendo transformación social, restauración y alivio a través de sus trabajos. Ejemplos que movilicen a otros y muestren que realmente las cosas pueden ser y hacerse de otra forma. 3.- Dar a conocer las redes de profesionales cristianos y otros ministerios que trabajan de forma específica el trabajo como lugar de misión. Estas iniciativas pueden ser muy útiles a la iglesia, no solamente a sus trabajadores, sino también a los futuros trabajadores: los estudiantes. También pueden beneficiarse los ministerios juveniles, que en muchas ocasiones, trabajan con jóvenes imbuidos de una cultura de celebrities y de “vida fácil”, donde el trabajo está mal visto. Este tipo de medidas pueden aportar tres cosas fundamentales: A.- Formación: Estos ministerios ofrecen un marco único para aprender a integrar la fe con la práctica profesional. Estas dos áreas no deben ir nunca separadas, sino que como discípulos de Jesús, estamos llamados tanto a trabajar como a pensar cristianamente sobre la profesión.[5] B.- Apoyo y oración: ¿Qué mejor que contar con el acompañamiento y el consejo de personas que están pasando por lo mismo que nosotros o que han enfrentado situaciones similares? ¿Qué mejor que orar junto a otros por los desafíos que enfrentamos, por las oportunidades de compartir el evangelio con nuestro jefe o por áreas concretas de mi vida en las que debo crecer?[6] C.- Red de contactos y desarrollo de proyectos en común: Por último, integrarse dentro de una de estas redes o ministerios supone el desarrollar relaciones más profundas y el poder llevar a cabo iniciativas  y recursos que de forma aislada no podríamos. La forma en que nos relacionamos con otros y cómo reaccionamos ante las situaciones y exigencias del mundo del trabajo, pueden ser una oportunidad para que los que nos rodean se pregunten y nos pregunten por qué actuamos de forma diferente al resto. Cada día, al mirarnos, estarán viendo en qué consiste eso de ser cristiano y qué implica seguir a Cristo.

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