Una apreciación bíblica y ética de la enseñanza de la prosperidad y el “movimiento de bendición”

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Introducción

Me han pedido evaluar la enseñanza y la práctica del “evangelio de la prosperidad” en relación con la ética cristiana. Abordo el tema como alguien que pasa una cantidad significativa de tiempo con cristianos financieramente pobres y de bajos ingresos en la India y algunas partes de África. Casi todos ellos buscan la bendición de Dios para su bienestar material. Le dan la máxima prioridad a su bienestar espiritual pero no consideran el bienestar material, la buena salud, la liberación de enfermedades (incluyendo las crónicas), la vivienda, un empleo seguro y adecuadamente remunerado como parte de su aspiración cristiana, incuso como su derecho.

No he oído de ellos que procuren riquezas y prosperidad como una clase de abundancia que los hará ricos y acomodados. Procuran tener libertad y victoria sobre las fuerzas que, según entienden, buscan controlar sus vidas, pero no andan en pos de riquezas ni opulencia. Aun los cristianos que aspiran ser de clase media en mi ciudad, Bangalore (donde las aspiraciones no son realistas) no articulan un deseo de riqueza sino que procuran la bendición de Dios para tener bienestar económico, personal y familiar.

Los niños cristianos en la India crecen leyendo el libro de Salmos donde ser bendecidos por Dios se considera un asunto importante. Ser bendecidos por Dios, dice Salmos 1, es florecer y ser fructíferos. Procurar la bendición de Dios cada día se considera como un derecho cristiano natural. Los grupos y las familias pueden asignar un contenido diferente a las bendiciones que buscan. Al criarme en un entorno evangélico reformado calvinista, raramente incluiría nada económico en mis oraciones y ni aun me molestaría en pedir sanidad por una enfermedad y, en caso de que Dios malentendería mi petición, firmemente concluiría mi plegaria diciendo: “Sea hecha tu voluntad”. Siempre he confiado en que la voluntad soberana de Dios operará automáticamente para mi bien. Luego me casé con una muchacha formada en una iglesia de las Asambleas de Dios ¡y el contenido de mis oraciones comenzó a cambiar!

Preferiría hablar del “movimiento de bendición” con el que estoy familiarizado en lugar de la predicación en los canales de TV cristianos. No estoy convencido de que tales medios donde los predicadores parecen tomar prestados sus mensajes de Occidente influyan significativamente en la vida cotidiana de la gente en la India. Joyce Meyer tiene una gran audiencia pero lo que los espectadores parecen encontrar de utilidad es el simple consejo sobre autoayuda y prosperidad. Aun algunos espectadores no cristianos me han dicho que les resulta de utilidad como consejo espiritual.

Los cristianos con quienes trabajo, que luchan a nivel económico y tienen bajos ingresos, ven su vida obstaculizada por padecimientos habituales en su salud, temor a las fuerzas malignas y estrechez financiera. Es su realidad existencial cotidiana. Procuran las bendiciones de Dios para sanidad, protección del mal y seguridad económica.

En mi presentación presupongo una distinción entre las descripciones y evaluaciones. Mi enfoque consiste en realizar un examen evaluativo de la enseñanza y la experiencia de la bendición desde un marco ético cristiano. Un marco ético supone normas, leyes, juicios y opciones. Es una forma de estructurar nuestras deliberaciones acerca de las preguntas éticas con respecto a experiencias humanas reales.

Aunque tendré en cuenta los marcos éticos generales, como la ética utilitaria, ética consecuente, ética deontológica, derechos basados en ética y ética de la virtud, en mi ejercicio evaluativo utilizaré principalmente la ética bíblica/teológica. 

A. Marcos éticos bíblicos/teológicos

Me he basado en una serie de trabajos académicos que forman el resumen que compartiré a continuación. La obra maestra de Karl Barth titulada Ethics, publicada en inglés en 1981, modeló a muchos de nosotros en la búsqueda de tres temas claves de una ética bíblica: creación, reconciliación y redención (escatológica). Entre los eruditos evangélicos, la obra de Oliver O’Donovan constituye un modelo importante de ética evangélica. La obra de Stanley Hauerwas también es significativa al hacer de la cruz el centro de toda ética cristiana. En lugar de examinar los escritos de especialistas cristianos en ética, me he tomado la libertad de presentar un resumen que está en deuda con su investigación académica. Vale aclarar que esta ponencia no está dirigida al ambiente académico.

Un marco ético bíblico que haga de la cruz su centro enfatiza la negación propia, comparte el sufrimiento de Cristo, y le da la espalda al mundo y a una vida ascética. Tiende a establecer la iglesia contra el mundo como una sociedad alternativa, una contracultura.

Un marco ético con la resurrección en el centro enfatiza la victoria de Cristo sobre todo lo que ha despojado la creación y los propósitos de Dios. La naturaleza de la resurrección, corporal y material, afirma que la muerte y la resurrección de Cristo restauran la creación a su propósito original. Llama a vivir a la luz de la resurrección donde el punto de partida es la victoria de Cristo y la vida cristiana se vive por el poder del Espíritu Santo dado a sus discípulos por el Señor resucitado.

La ética del reino subraya la finalidad de los valores y los dones del reino pero los ubica en el marco del “ya-pero-todavía-no”, poniendo el foco en el regreso de Cristo y la realización de los planes y las promesas de Dios. Se centra en los dones del reino experimentados ahora, aunque en una modalidad de “pago en plazos”.

La ética de la encarnación se centra en el llamado a los cristianos individuales y la iglesia a conformarse a la imagen de Cristo, el segundo y nuevo Adán. La encarnación revela al Cristo que vivió en la Tierra y se hizo como nosotros pero sin pecado. Nuestro llamado a ser como Cristo y vivir como Él es la norma del discipulado cristiano.

Así, supone que sabemos lo que es ser como Cristo en nuestra vida aquí en la Tierra. En el corazón de esta ética yace una antropología bíblica: la comprensión de lo que es un ser humano en la creación de Dios. El foco, entonces, está en el carácter de un cristiano que reflejará el proceso de transformación hacia la semejanza con Cristo. Tomás de Aquino usa la ilustración del lenguaje de nuestros hábitos. Nuestros hábitos y nuestras disposiciones son tanto intelectuales/racionales como afectivas/anhelantes. El Cristo que conocemos y al que procuramos conformarnos está presente con nosotros a través de Su Espíritu.

Al conformarnos a Cristo nos conformamos a su sufrimiento y así nos negamos a nosotros mismos. Aceptamos el sufrimiento que Dios permite en nuestra vida y no nos conformamos al mundo sino que procuramos transformarlo.

Al conformarnos a la resurrección de Cristo abrazamos la victoria que logró sobre las fuerzas que dañaron la creación y procuramos restaurar el orden moral de la resurrección. Aceptamos la victoria y la superación como normas de Dios para la vida cristiana.

En conformidad con la ética del reino, procuramos experimentar todas sus bendiciones: identidad en Cristo, vida abundante y una esperanza para el futuro. Vivimos por el don empoderador del reino: el Espíritu Santo de Dios.

En los Evangelios, la ética del reino es la ética de la comunidad del reino. La sociedad contemporánea, incluso en Occidente y en muchas sociedades tradicionales, tienen una ética comunitaria que regula la vida y legitima las prácticas y los deseos. Una ética trascendental, universal, es dominante en el cristianismo, el islam y el judaísmo. Sin embargo, incluso en estas religiones muchas de sus comunidades desarrollan una ética de comunidad y viven por ella. En tales comunidades, la aceptación comunitaria de una práctica o una interpretación ética/moral tiene prominencia e influencia mayores que una ética universal recibida. La ética del reino integra lo universal/trascendental y las dimensiones comunitarias de un marco ético.

B. Intentaré evaluar la enseñanza y la experiencia de la enseñanza de la prosperidad en el cristianismo contemporáneo con respecto a los siguientes temas: justicia, fe, poder y personalidad humana.

Mi reflexión se basará en las enseñanzas y las experiencias de las iglesias en la India que dan un lugar central al hecho de reclamar las bendiciones de Dios y a los predicadores televisivos indios. También relacionaré mi propio conocimiento del fenómeno en la India con las narrativas descritas en la excelente obra de Kate Bowler sobre el evangelio de la prosperidad en Estados Unidos.

1. Bendición y justicia

La justicia está en el corazón del marco ético de toda la Escritura. En los Evangelios, el centro de la ética del reino es la rectitud/justicia. La justicia de Dios modela el orden del reino que Jesús inaugura. La bendición también es una parte clave del relato de los Evangelios acerca del reino de Dios. Pero está claro que las bendiciones del reino encajan dentro del orden modelado por la justicia divina. La bendición del reino debe expresar la justicia de Dios. En la Biblia hebrea, la bendición y la justicia están relacionadas de forma integral como shalom y justicia.

En la Escritura, la igualdad es el otro costado de la justicia. La igualdad está enraizada en los seres humanos, creados conforme a la imagen de Dios. La igualdad también implica que nadie gana si no ganan todos. La enseñanza de bendición relaciona esta perspectiva de justicia al afirmar que en Cristo todo tiene el derecho de su bendición plena. Quienes satisfacen sus condiciones de fe y la reclaman, reciben la bendición; otros tendrán que esperar hasta ponerse a tono, recibir justificación. La justicia insiste con que hay una dimensión social en la bendición. Las bendiciones personales deben contribuir al bien común e impactar más allá del individuo. Aquí es donde la enseñanza de la prosperidad es incompleta y debe cambiar.

La enseñanza sobre el reino de Dios en los Evangelios presenta dos focos. Uno es el individual, invitando a entrar al reino sobre la base de arrepentimiento y fe, el otro es el señorío de Cristo, ejercitando la regla de Dios que restaura la creación dañada. La enseñanza de la prosperidad enfatiza la fe individual no solo para entrar al reino sino también para reclamar sus dones. Este énfasis en el beneficio personal sin la enseñanza de la dimensión social de todos los dones de Dios menoscaba la misión del reino de propiciar cambio social.

Las iglesias en la India donde la enseñanza de la prosperidad domina son mayormente iglesias de personas en pobreza material. Las congregaciones que atraen a los aspirantes a clase media ponen su foco en bendiciones “comunes”, como matrimonios felices y vida familiar, y recompensas por el trabajo honesto y arduo. No hay negligencia hacia los pobres en estas iglesias. En su estudio sobre las congregaciones pentecostales afroamericanas, Kate Bowler nota que muchas congregaciones fomentan programas financieros y de movilidad social. En 1978, cuando lancé el programa de desarrollo de microemprendimientos en la India, los primeros en adoptarlo con más entusiasmo fueron las iglesias pentecostales y luego los católicos romanos. Los protestantes y evangélicos de denominaciones clásicas no pensaban que el empoderamiento económico era parte de la misión de una iglesia local.

En estas iglesias de la India se desató la energía empresarial como había ocurrido entre las iglesias afroamericanas en Estados Unidos. Los emprendimientos entre los pobres se generan por el sentido de que uno debe ayudarse a sí mismo. Los factores externos no son favorables para ofrecer asistencia; por el contrario, ponen obstáculos en el camino. La fe es el mayor capital con que cuenta el pobre. Es fe probada bajo condiciones severas. Es una fe consagrada y esforzada. El evangelio que valora la fe por sobre todo lo demás (que puede mover montañas) debe entregarse a esa fe.

Se evidencia un escepticismo entendible acerca de los esfuerzos de cambios estructurales realizados por la iglesia. Hay un escepticismo con respecto a si la acción política realmente genera el cambio que logra una diferencia en sus vidas. Puede notarse una conciencia de que la clase media tiene éxito no solo debido a sus hábitos de trabajo arduo y disciplinado sino también por los bienes que heredan y el apoyo que reciben de sus redes de contactos.

Para los pobres, el efecto positivo de una enseñanza de prosperidad es la convicción de que no están excluidos de la seguridad financiera ni de la abundancia económica. En tal sentido, consideran que no solo es lícito aspirar a ello sino también reclamarlo como un derecho.

Aparte del énfasis en la acción individual para afrontar la necesidad material, muchas iglesias que enfatizan las bendiciones también desarrollan respuestas institucionales ante la necesidad social. En Estados Unidos, Kate Bowler nota que las iglesias desarrollan iniciativas en educación, vivienda, bolsas de trabajo y servicios sociales.

En la India hay una creciente inversión en ministerios sociales a partir de los propios recursos por parte de varias iglesias pentecostales con movilidad ascendente. En estas congregaciones hay un fuerte mensaje motivacional. Se espera que cada persona note una mejora y un desarrollo en cada aspecto de su vida.

La libertad de una sensación de estar excluidos de las mejoras económicas, que la enseñanza de la prosperidad promueve, es una expresión de la justicia de Dios en acción y debe reconocerse como tal. También debe aprovecharse para trabajar hacia la transformación de la comunidad. He visto esta labor en Bangalore entre iglesias indígenas independientes.

Es justo mencionar, también, que cierta enseñanza de la prosperidad por parte de iglesias con aspiraciones de clase media muestra una fascinación con las riquezas. Las valoran como algo que ya no está fuera de su alcance. Es cierto que muy pocas veces (o nunca) la predicación garantiza riquezas, pero sí fomenta la aspiración. Esto desvía la atención de los creyentes (y los canales de energía espiritual y capital) del crecimiento en el discipulado y el parecido con Cristo, dirigiéndolos hacia objetivos materiales. Se requiere, entonces, la aplicación de un correctivo agudo y urgente en tal aspecto.

Podemos considerar la justicia simplemente como orden y derechos heredados. Algunos predicadores de la prosperidad presentan su enseñanza como un orden decretado y diseñado por Dios. También afirman que la Biblia enseña la prosperidad como un derecho heredado por el creyente. Esta transferencia de la justicia a la prosperidad en cuanto al marco de orden y derecho heredado, lleva a postular leyes de bendición que, como la justicia, son respaldadas por el poder de Dios. Pero este cambio no puede sostenerse con evidencia bíblica adecuada. La justicia es una categoría legal y la bendición es una categoría de gracia.

Es indiscutible que Dios bendice a su pueblo y todas las cosas creadas. ¿Pero cuál es el criterio que Él usa para bendecir a sus hijos? ¿Acaso no hay parámetros significativos en la Biblia? ¿Todo depende de la libre voluntad de Dios? ¿No parece algo arbitrario? La enseñanza de la prosperidad ofrece sus respuestas y deben juzgarse en relación al marco ético de la justicia bíblica.

2. Bendición, fe y poder

El lenguaje de poder es importante en las iglesias que predican la prosperidad y la bendición en la India y en algunos sectores de África donde he tenido una relación de largo plazo. La fe y el poder se conectan de forma integral en dicha predicación. El único capital que el pobre considera que puede adquirir con rapidez es la fe: fe en las promesas de Dios y en un Dios que cumple sus promesas. Fe en la intervención activa de Dios en todas las áreas de la vida personal y social, tanto en lo pequeño como en lo grande. La enseñanza de la prosperidad ofrece vías en las que la fe puede convertirse en un poder que libere las promesas de Dios de obtener salud, prosperidad y victoria. La relación entre la fe y el poder se presenta como casual.

Un estudio entre emprendedores pobres realizado en Bangalore, India, arrojó resultados sorprendentes. Prácticamente la mayoría de ellos asistía a iglesias pentecostales indígenas que solían predicar un mensaje de bendición. El estudio, titulado “Ambición santa”, examinaba la forma de diezmar de los adoradores. Aunque se evidenciaba entre ellos una confianza en que Dios honra la fe personal y la obediencia al diezmar, no creían que las bendiciones fueran un derecho garantizado. Los predicadores podían llegar a insinuarlo o decirlo, pero estos emprendedores reconocían que la realidad era diferente. Aún dependía de la gracia de Dios. No se atrevían a tener una actitud presumida e indicarle a Dios lo que debía hacer. Todavía lo consideraban un acto libre de la gracia divina que no podía manipularse ni hacer que dependiera de las acciones personales. Aquí notamos dos narrativas: la del predicador, acerca de la causalidad y la garantía, y la del creyente, de sumisión a la voluntad de Dios y confianza en Su gracia. La predicación de algunos pastores presentaba la fe como un poder inherente que puede crear y materializar bendiciones concretas. Estos creyentes creían en dicho poder pero también consideraban que debían confiar en la gracia de Dios. En conversaciones privadas, los emprendedores encuestados manifestaban su convicción de que todo depende de la gracia de Dios y no de fórmulas.

La manera en que se usa el concepto del poder en la enseñanza de la prosperidad muestra que trasciende la separación entre lo físico y lo espiritual. Isaías 53:5, “por sus llagas fuimos curados”, se interpreta como sanidad espiritual y física.

En el movimiento originado en Keswick (y otros movimientos de vida cristiana victoriosa) también se usó en cierta medida un lenguaje de poder. La presencia de Cristo en nosotros significa que Su vida se desata en la nuestra y nos empodera para alcanzar una vida cristiana victoriosa. Se enseñaba que la vida cristiana normal es una vida victoriosa. Dios cumple las promesas, derrota los hábitos pecaminosos, nos ayuda a enfrentar el sufrimiento y sana nuestras enfermedades. Estos movimientos también predicaban principios (leyes como verdades) con respecto a la vida cristiana victoriosa.

En la India y otras sociedades tradicionales se evidencia un uso talismánico del poder, particularmente en las culturas religiosas que enfatizan la liberación de fuerzas y espíritus malignos. La sanidad se logra al enfrentar los espíritus que, se dice, están detrás de las dolencias. Se ofrece protección contra el poder de las maldiciones. Los “paquetes” de poder se presentan en formas talismánicas. Así, el poder espiritual puede venir “empaquetado” dentro de objetos materiales a fin de poder transportarlo, llevarlo con uno y utilizarlo. Los chamanes y médicos brujos han practicado por mucho tiempo esa clase de poder.

La ausencia de una consideración detallada de entendimiento bíblico con respecto al poder es obvia entre muchos predicadores de la prosperidad. Es posible que algunos de ellos, muy conocidos, usen prácticas no bíblicas de liberación, pero la mayoría pareciera no entender la enseñanza compleja y clara del poder espiritual en la Biblia. En ocasiones, la predicación y la práctica del poder espiritual están en peligro de conectarse con las mismas fuerzas del mal que el predicador intenta atacar. También hay un peligro real de que el predicador crea que tiene un derecho al poder espiritual y se sienta por encima de la rendición de cuentas por sus acciones y actitudes. Los estragos morales que tal visión y práctica de poder producen son también muy evidentes en los escándalos sobre la inmoralidad financiera y sexual que plagan a sus practicantes. Es por ello que debemos fomentar el desarrollo de una comprensión bíblica del poder dentro del movimiento de bendición.

Hay un claro contraste en la Biblia entre el poder ejercido por un Faraón que se consideraba divino y el poder ejercido por el verdadero Señor divino, Jesús. El poder de Cristo procede de la cruz y es desde abajo, la humildad. Aun en el cielo Él lleva las marcas del Cordero inmolado. Un predicador cristiano o un creyente en general debería seguir ese modelo de poder.

Ahora nos enfocaremos en el tema de la gracia y su relación con la forma en que la fe y el poder se conectan dentro de la enseñanza de la prosperidad. Pablo desarrolla su comprensión de la gracia de Dios contra un entendimiento judío de recompensa y mérito. En los textos de Pablo nuestra fe no es un mérito que traemos a Dios para ser recompensados por Él. Es más una señal de nuestro arrepentimiento que un capital que ponemos delante de Dios para mostrar que merecemos su salvación. Nuestra fe es el lugar donde nos afirmamos para entrar al reino de Dios y recibir nuestra identidad como hijos de Dios y ciudadanos de Su reino. Las recompensas del reino no son proporcionales con la fe ni el servicio de uno. Se deben a la gracia libre de Dios, sin que el receptor lo merezca (Mt. 19:29,24:27,25:21,23, Lc. 7: 48).

Hay pasajes que muestran que el sacrificio de un discípulo, la persecución por una causa justa, las pérdidas por seguir a Cristo serán compensados sin importar la medida de fe que uno haya tenido. Lo que está en el corazón de Dios es gracia en lugar de recompensa causal debido a la fe.

En la enseñanza de la prosperidad se presenta la bendición como un derecho. Es un estado que una persona adquiere y puede vivir en él de forma continua. Pero en el Nuevo Testamento la bendición no es un derecho basado en los activos de la fe de un discípulo. Está relacionada con las promesas de Dios, respaldada por Su soberanía y fidelidad al pacto. Está íntegramente relacionada con la libertad de Dios para conceder lo que Él quiere y decide, no condicionada por los activos ni el estatus de la fe del receptor. Los dones de Dios no son ni siguen una fórmula legal. Reflejan Su carácter generoso. Por el contrario, los deseos de los creyentes aún están sujetos al pecado y sus deseos de bendición no pueden concederse de forma automática. Puede que pongan su bienestar espiritual en riesgo. Lo mejor es confiar en la bendición que Dios dará libremente y seguir pidiendo, en simultáneo, como los niños hacen con sus padres.

3. Bendición y personalidad humana

Kate Bowler señala que John G. Lake (misionero en Sudáfrica a principios del siglo xx) utilizaba el texto de Juan 10:34 para explicar que Dios se propone que seamos como dioses. También cita a Kenyon: “La muerte y la resurrección de Jesús ha cambiado el estatus ontológico de los creyentes. La unión divina con Dios no es un objetivo distante sino un punto de partida”.

Así, el creyente se vuelve un creador, como Dios mismo, y puede emplear palabras llenas de fe para traer cosas a la realidad, por ejemplo, para crear bendición y prosperidad. Un creyente tiene poder verbal como hijo de Dios. La oración no es una petición sino un reclamo e incluso una exigencia que efectúa lo que se reclama y exige.

Tal presuposición de una personalidad transformada del creyente favorece una atención especial hacia las técnicas que el creyente necesita y los hábitos de fe que debe desarrollar. Uno de esos hábitos es el diezmo, que puede destrabar y soltar la bendición, el éxito y la prosperidad.

De ese modo, la experiencia común que muchos comparten de tener que lidiar con una variedad de opresiones no es la intención de Dios para Su pueblo, sino ser libres para vivir en victoria, salud, riqueza y gozo. El creyente debe aspirar y experimentar, entonces, bendiciones materiales y espirituales.

Otro aspecto de esta visión de la personalidad es que los creyentes pueden tener un conocimiento revelador que a menudo es muy distinto al conocimiento sensorial. El conocimiento sensorial puede decirle a uno que está enfermo, mientras que el conocimiento revelador le da la convicción de que está sano.

Otro énfasis es la posibilidad de la transformación humana por el esfuerzo individual. La fe personal desarrolla el carácter y da esperanza para vencer en medio de los desafíos de un mundo incierto, signado por una economía impredecible. El creyente debe asumir la responsabilidad por su futuro y actuar con optimismo, pues tal es la voluntad y el plan de Dios para él (Bowler, p. 227).

En la enseñanza de la prosperidad se evidencia una antropología elevada. Por momentos se superpone con la doctrina de la “teosis”, muy característica en la tradición ortodoxa. El contenido más importante dado a la personalidad humana no está, sin embargo, relacionado con la vida de Cristo en la Tierra sino solo con su muerte y su resurrección. Pero según la Biblia, Cristo es el segundo Adán cuya totalidad de vida encarnada está delante de nosotros para que la imitemos. Su humildad y mansedumbre, por tanto, también deberían ser emuladas por el creyente mientras celebra la victoria y el poder de Cristo.

Debemos notar las implicaciones prácticas que tal visión elevada de la personalidad tiene para los creyentes que se encuentran en pobreza material. En cierto sentido energiza y desarrolla su acción y responsabilidad. Para la gente que ha sido esclava y sirviente de los poderosos por generaciones, resulta muy empoderador saber que es libre de ese estatus y esa identidad. Pero la enseñanza de la prosperidad falla a menudo al no enfatizar el perfil de siervo que Jesús demostró como Señor de la creación.

Tenemos que recurrir al marco de la ética encarnacional. El propósito de Dios al crear al ser humano a su imagen se revela en la vida encarnada de Cristo en los rasgos de carácter, juicios, deliberaciones, elecciones y emociones de los creyentes en quienes se forja el parecido con Él. El fin principal del discipulado no es ser investidos con bendiciones sino conformarnos a la imagen de Cristo y asociarnos a Él en su misión en el mundo. La personalidad cristiana debe tener esta comprensión del discipulado en su centro. Enfocarse solo en el Cristo victorioso entronado en el cielo, donde tenemos gobierno con Él, e ignorar la vida del Cristo sin pecado aquí en la Tierra (que abrazó el sufrimiento, la sencillez y el servicio), sería promover un subcristianismo y, en ocasiones, una versión peligrosa del discipulado.

C. Conclusión

He aquí algunos comentarios a modo de conclusión:

1. La proyección de un orden o derecho de bendición es incompatible con la evidencia bíblica. La bendición es una realidad y se basa enteramente en la gracia de Dios. La enseñanza sobre la bendición debe ser modelada por una visión bíblica de la gracia de Dios que se da de forma gratuita y generosa. La gracia también evita que cualquier don dado por Dios se vuelva un mérito que Él debería otorgar como reconocimiento. Se nos ha creado para dar, para servir. Pero lo hacemos como una acción de gracias, de adoración y amor en respuesta a la gracia que Dios tiene con nosotros. Es mucho más fácil agradecerle a Dios cuando tenemos comodidad financiera y respetabilidad social.

¿Pero dónde deberían hallar los pobres la gracia de Dios en su vida? Nuestra enseñanza debería identificar la realidad de Su gracia en cada creyente en la nueva identidad que Dios da y la acción y dignidad que concede, así como en el sentido de su presencia en nosotros. Estas cosas evidencian la gracia de Dios en nuestra vida. Pero es el hecho de saber que Dios oye nuestra oración y por lo tanto nos permite expresar peticiones ante Él (con la certeza y el conocimiento de que escucha y responde), que los pobres en nuestro ministerio pueden llegar a reconocer la gracia de Dios en su vida. Esto les permite agradecerle por Su gracia antes de recibir una respuesta a la oración (o incluso cuando la respuesta a dicha oración no se concreta).

2. Es necesaria la comprensión del “todavía no” del reino de Dios para corregir la visión errónea de que se puede acceder a todos los dones del reino, en total medida, en el “todavía”. Es cierto que muchos cristianos son demasiado tímidos y apocados como para reclamar los dones del reino, incluso en pequeña medida. Se resignan a tener una fe y un discipulado débiles, como si esa fuera la norma aquí en la Tierra. Por ello necesitamos tener una insatisfacción santa con respecto a nuestro discipulado y desarrollar apertura y expectación que nos lleven a desear recibir la plenitud que Dios puede darnos. Debemos buscar y encontrar. Pero esto debe acompañarse con el reconocimiento de que estamos en el “todavía no” y por tanto debemos gemir como hijos de Dios sabiendo que solo cuando Cristo regrese dará total cumplimiento a lo que realmente nos satisfará por completo. El Espíritu no solo derrama las bendiciones de Dios sobre nosotros sino que también produce un gemido que hace que nos mantengamos en la búsqueda y la espera activa del futuro asegurado por Dios.

El reino de Dios tiene algunas dimensiones provisionales mientras aguardamos lo permanente. Son experiencias penúltimas del reino mientras miramos hacia lo máximo, lo último. Nuestra ciudadanía del reino se vive en medio de esas tensiones, permitiéndonos afrontar los sufrimientos y las incertidumbres de la vida con paciencia y esperanza. Esto debe ser una parte clave de cualquier enseñanza sobre la bendición.

3. En mi experiencia, los pobres entienden la importancia de la justicia. Reconocen que los recursos y talentos se distribuyen de forma asimétrica pero dudan en juzgarlos como distribuidos injustamente. Ayudarlos a ver de esa forma no constituye una solución. Solo es un análisis.

Los pobres con los que trabajamos en la India consideran que la solución para la distribución injusta de los recursos no vendrá del Estado ni de sus sistemas. De una forma u otra, ven los sistemas como gente con poder. La enseñanza de la prosperidad les pide que encuentren una solución personal en su relación con Dios y en los recursos que Dios prometió darles a sus hijos. Buscan la acción de Dios para lidiar con su pobreza.

No veo demasiados modelos creíbles donde la acción contra la injusticia sistémica haya generado amplios beneficios para los pobres. Por el contrario, han provisto empleos para los activistas que difícilmente sean distintos a la explotación que se alega que los predicadores de la prosperidad hacen con los pobres. Hablo como alguien que no es extraño a la industria de la acción social.

El desafío sería capacitar a los pobres para que logren encontrar soluciones para su pobreza, empoderándolos para asirse de los marcos éticos mencionados. También deberían recibir capacitación para no ser simplemente receptores del bien común sino sus cocreadores y así poder contribuir con una transformación social más amplia.

 

This is a paper presented by the author at the 2014 Lausanne Global Consultation on Prosperity Theology, Poverty, and the Gospel. You may find a video version of this paper in the Content Library. The views and opinions expressed in this paper are those of the author and do not necessarily reflect the personal viewpoints of Lausanne Movement leaders or networks. For the official Lausanne Statement from this consultation, please see ‘The Atibaia Statement on Prosperity Theology‘.